Muchas son las historias que se han escrito al correr de los siglos en lo que ahora es el centro histórico de la ciudad de Morelia, algunas con finales felices, otras con finales no tan afortunados y otras pocas con finales terroríficos que han sido secretos a voces en el transcurrir de una ciudad cada vez más grande; uno de estos hechos es este que a continuación les narro:
Hacía finales del siglo XVIII la ciudad de Valladolid hoy Morelia crecía rápidamente, la importancia política y económica hacían que lo que anteriormente había sido una pequeña villa se convirtiera en una de las principales ciudades del virreinato; si bien es cierto que toda esta prosperidad acarrea la llegada de muchas personas buscando una mejor calidad de vida, tambien lo es que hay quien no lo ven así y deciden alejarse del bullicio de la ciudad, tal es el caso de un señor llamado Don Juan de Escandón y Alatriste, hombre potentado y pudiente pero reservado, quien a causa de una epidemia que asoló la ciudad de Valladolid había enviudado y perdido a sus siete hijos varones, sobreviviendo únicamente la más pequeña de sus hijas, quien se convirtió en la principal fuerza para que aquel caballero no muriera de pena y tristeza. La muerte de su esposa e hijos fue tan dolorosa que aquel hombre no podía vivir en la casa donde vio a sus hijos crecer y sonreír y a su esposa ser tan feliz a su lado, por lo que decidió tomar a su hija y llevarla a vivir a una de las haciendas que aquel caballero poseía en las cercanías de la Villa de Charo, pasaron los años y aquella pequeña niña de nombre Inés de Escandón y Alatriste creció entre los muros de la hacienda propiedad de su papá, no conocía el mundo exterior y las únicas personas con quien convivía eran los empleados de la hacienda y los frailes agustinos que desde el convento de Charo visitaban la hacienda para satisfacer las necesidades espirituales de los moradores de aquella finca. Aquella niña que ahora era ya una mujer nunca sintió la necesidad de saber que había más allá de su hacienda, no quería conocer el mundo terrenal, no pensaba en novios o vanidades típicas de una joven de su edad, si no que añoraba el poder ingresar a la vida conventual, servir a Dios y ayudar a los más desvalidos, cosa que su padre y su confesor tomaron con buenos ojos y apoyaron la decisión de la señorita Inés. Todo se dispuso para que en Julio de 1791 aquella primorosa mujer profesara en el Convento de Santa Catalina de Siena de Valladolid, pero algo pasó, el carruaje donde viajaba la señorita Inés jamas llego a su destino, durante las investigaciones el encargado de cuidar la puerta de entrada oriente de la ciudad o Garita del Zapote insistia en que el carruaje con aquella bella mujer había entrado a la ciudad y se había desviado hacia el Convento de los Dieguinos, lógica tenía este hecho pues Inés quiso visitar el lugar donde reposaban los restos de su madre y hermanos antes de ingresar al convento, Fray Dionisio de Valdés, portero del convento declaró que aquella dama visitó las tumbas de su familia y partió en su carruaje, después de ahí nadie supo qué fue lo que paso, simplemente en el trayecto hacia su destino final entre una de las calles del Barrio de Guadalupe, Inés, su cochero y el carruaje desaparecieron. El hecho fue tomado con tanta tristeza por el padre de Inés que no resistió y al poco tiempo murió; pasaron los días y cuando aquel hecho parecía disiparse entre los vallisoletanos comenzó a correr el rumor de que en las cercanías del Convento de San Diego el espectro de una mujer se aparecía y aterrorizaba a cuanto cristiano se le ocurriera transitar por aquella desolada calle, este hecho llegó hasta oídos de Fray Marcelo de la Concepción, dieguino quien inspirado por la curiosidad y el deber de auxiliar a sus fieles atemorizados se encaminó al lugar de la aparición, días y noches rondaba el sitio aquel fraile, hasta que una noche el espectro se le apareció y habló con el, aquella triste aparición le contó lo siguiente:
-Yo, yo soy Inés de Escandón y Alatriste, soy aquella desdichada que no llegó a su profesión al convento de Santa Catalina, soy aquella mujer condenada a penar por causa de la lujuria de mi cochero, aquella que está destinada a vagar por estas calles hasta que mi cuerpo descarnado descanse en el lugar sagrado donde debí ser tomada por esposa de Dios.
Apenas terminó de hablar la aparición Fray Marcelo cayó desmayado, al despertar se encontraba rodeado por otros frailes en su celda quienes lo atendían y le decian que habia corrido con suerte pues un par de buenas almas lo encontró tirado en la calle y lo llevo hasta el convento, poco a poco el fraile se recuperó de aquella impresión que pasó y la narro a su confesor, a sus amigos...nadie creyó en sus palabras y por el contrario lo juzgaron de loco, tanta fue la terquedad de Fray Marcelo en probar que lo que decía era verdad, que al poco tiempo terminó loco y enfermo, asegurando que el había hablado con la difunta Inés, repitiendo una y otra vez las palabras que aquella desconsolada alma le dijo aquella lóbrega y fría noche, no pasó mucho tiempo antes de que Fray Marcelo entregara su alma al creador y con esto se quedaran en el olvido las palabras que incansablemente repetía. Pasó el tiempo y aquella horrorosa y descarnada aparición seguía robando la calma a los transeúntes quienes cada vez se acercaban menos a aquel lugar o lo evitaban. Al paso del tiempo los moradores de la ciudad comenzaron a referirse a aquella calle que antes no tenía nombre como el Callejón de la Muerta, el nombre de este cambio pero no lo que en el ocurre pues aún hay quien dice que si te atreves a caminar por aquel sitio hoy llamado calle de Revillagigedo y pones atención puedes ver al espíritu de Doña Inés y si corres con suerte podrás escuchar aquella voz sepulcral que te diga:
-Yo, yo soy Inés de Escandón y Alatriste, soy aquella desdichada que no llegó a su profesión.......
Intentalo, pero recuerda lo que le ocurrió a aquel pobre fraile que se atrevió a hablar con una difunta en el Callejón de la Muerta.
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